16 junio, 2009

El aburrimiento en jaque














Pocas son las personas que podrían afirmar nunca haber visto al grupo de hombres que se reúne, casi religiosamente, a jugar en el botánico. Ya son parte del paisaje de la Ciudad y para quien suele pasar por ahí varias veces por semana, no asombra que se los pueda encontrar a casi cualquier hora, incluso cuando ya ha oscurecido. Antonio, de 58 años, que por razones de salud debió dejar de trabajar, dedica sus días al ajedrez y afirma que para muchos es un momento de terapia, e incluso les permite estar un rato alejados de sus mujeres.
Se podría pensar que es el grupo de jubilados del barrio matando el tiempo, pero no se trata sólo de eso; está Ricardo, un abogado que se presenta una vez finalizada su jornada laboral; se puede encontrar rambién a los colectiveros que terminan su recorrido en Plaza Italia y aprovechan su turno de descanso para jugar unas manos de truco, o los acomodadores de coches de la zona que se acercan por unas partidas de dominó. Al acercarse, se puede descubrir que las cosas son más serias de lo que parecen.

Según el juego que practiquen, se organizan de manera diferente. El que tiene mayor organización es el truco: Sergio lleva una planilla con los encuentros de la jornada, y cobra 2$ por partida a cada jugador. Con lo recaudado, al final del torneo, se compra un premio para el ganador. Hay otros juegos con apuestas -la canasta, el chinchón-, y otros mucho mas casuales, como el ajedrez, donde el que lleva el tablero elige con quien jugar.
Según el juego que practiquen, se organizan de manera diferente. El que tiene mayor organización es el truco: Sergio lleva una planilla con los encuentros de la jornada, y cobra 2$ por partida a cada jugador. Con lo recaudado, al final del torneo, se compra un premio para el ganador. Hay otros juegos con apuestas -la canasta, el chinchón-, y otros mucho mas casuales, como el ajedrez, donde el que lleva el tablero elige con quien jugar.
Los encuentros llegan a su fin cuando los jugadores deben retirarse por culpa de los dolores de cabeza que les generan las 20 partidas que llegan a jugar, sin antes aclarar, que volverán al día siguiente por la revancha.

Fotos y texto para www.ciudad1.com







El Zoo de Buenos Aires


La plaza Aramburu


05 junio, 2009

El señor de los Sombreros


El Mercado de Pulgas es, de por sí, un lugar de reliquias y hallazgos. Muebles y objetos antiguos surgen a cada paso. Hay, sin embargo, un local que se destaca dentro de este mundo y que resume las cosas más extrañas de los últimos tiempos: el taller de Tony Valiente. Tony es un hombre de unos 70 y largos años que dedica sus días a crear obras, sombreros, lámparas, chalecos, carteras a partir de la idea: "cualquier objeto que pueda servir". Allí se puede encontrar literalmente cualquier cosa: broches de ropa, botones, cierres, relojes, retazos de tela, etc. Se trata de un personaje fuera de lo común, como su taller; conformado por infinidad de objetos: desde muñecas sin brazos (que piden un abrazo) hasta relojes con inscripciones tales como "Menem 1995". La particularidad del caso no radica sólo en los materiales que utiliza para sus creaciones, ni en el caos de su taller, o en su alocada personalidad: lo más llamativo son sus sombreros, por los que se destaca, y que además llevan los nombres "Dean Geli" y "Cobos". En ese sentido, posee el único sombrero que puede ser utilizado como linterna, un cuadro dedicado a Sandro, una guitarra; la única que puede ser tocada por tres manos, ya que posee una incorporada. También lámparas hechas con ruleros, y hasta un sombrero que brilla con luz propia. Es necesario mostrarse, al menos, un poco interesado por su trabajo para que Tony rápidamente comience a desplegar y mostrar toda su labor con gran entusiasmo y simpatía. Entre sus pertenencias favoritas está el sombrero que lo acompaña hace ya varios años, y algunas fotos, también una boina atiborrada de prendedores de diferentes temas, estilo y formas. Su última obra, que muestra orgulloso mientras destaca que aún permanece incompleta, está conformada por una veintena de relojes sobre un cuadro con la imagen de Cristo que mide más de un metro de altura. A su flamante obra la denominó " Cuando el tiempo se detuvo". Dentro de ese mar de objetos perdidos, surge una pregunta: ¿Cómo puede hacer para encontrar lo que busca? Su respuesta es cuando menos, llamativa: "es que no lo hago, porque buscando lo que quiero me topo con montones de cosas que tenía olvidadas y las termino usando".














Texto y fotos para www.ciudad1.com


El Hospital Roffo
















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